Inmersos en la agitación del mundo actual, siempre absorbidos por la prisa, la velocidad y el ruido, tal vez no nos sea tan fácil concebir un ambiente diferente. Entretanto, invitamos al lector a parar un poco ahora, e imaginar...
Imaginar un monasterio, con un claustro austero, silencioso, acogedor y
elevado, por donde circulan algunos monjes, sin prisa y recogidos, dirigiéndose
a una capilla iluminada apenas por la luz tamizada por unos bellos vitrales
coloridos.
Estos valientes hombres, habiendo abandonado todo para el servicio de la
Religión, dedican su vida al trabajo, al estudio y a la oración. Y como forma
de exteriorizar el amor desbordante de sus corazones, habitados por la gracia,
se unen en una sola voz para dirigirse a Dios. En unísono, entonan himnos y
cánticos que llenan el templo sagrado de melodías suaves y tranquilizantes...
Ya estará nuestro lector con el estado de espíritu listo para comprender
cuál es este estilo de canto y sus orígenes, para admirar la misteriosa riqueza
y la elevada calidad que hicieron de él el cántico sacro por excelencia.
El canto gregoriano
El canto gregoriano es una forma de música diferente de cualquier otra
ejecutada, hoy, en Occidente. Distinto de la polifonía, él es unísono y su
perfección es alcanzada cuando una única voz se hace oír, incluso siendo grande
el conjunto que lo entona.
En contraste con otros estilos musicales, en los cuales un compás regular y
ritmado puede ser luego percibido, el canto gregoriano es caracterizado por su
ritmo libre, pareciendo fluctuar en el aire, liberado del tiempo, en un
movimiento ascendente y descendente que convergieron rumbo a la perfección
asemejado a las olas del mar.
Mientras la música común y corriente, de modo general, está compuesta en
una escala mayor o menor, dándole características distintas de tristeza o
alegría, los ocho modos del gregoriano transmiten una gama más sutil de
expresión, en un equilibrio perfecto, pareciendo siempre evitar los extremos
emocionales dramáticos.
Estas son apenas algunas de las razones por las cuales, para oídos poco
acostumbrados a él, el canto gregoriano puede dar, a primera vista, la
impresión de ser monótono. Con todo, al dejarse llevar por su armonía, la
persona es tocada por la fuerza singular de una forma de canto que trae consigo
siglos de sabiduría y refleja generaciones de talentos religiosos que
convergieron rumbo a la perfección de sus melodías - sus "inspiradas modulaciones",
1 en la expresión del Papa Juan Pablo II.
Partitura Gregoriana |
Así, a pesar de una apariencia simple, carga dentro de sí, como observa el
Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, una formidable riqueza, "una
potencialidad casi inagotable de generar civilizaciones y maravillas en
cualquier parte del mundo. Es la fuerza de la inocencia aliada a la gracia, que
transformó, por ejemplo, los pantanos y valles mefíticos de la antigua Europa
en jardines salpicados de vida y de color, donde, entre matorrales y lagos
lindísimos, sobresalen grandiosas abadías, imponentes castillos y majestuosas
catedrales. Una Europa ‘gregorianizada' ". 2
Poder de mover las almas
Uno de los más ilustrativos ejemplos del poder transformador de este canto
lo tenemos en la conversión de los anglos. La iniciativa del Papa San Gregorio
I, el Magno, de penetrar en la isla dominada por estos bárbaros fue marcada por
las siguientes palabras: "la alabanza de Dios Creador debe ser cantada en
aquellas tierras". 3 Bajo su dirección, San Agustín de Canterbury entró a
Gran Bretaña, en cortejo con 40 otros benedictinos, entonando las
"solemnes y emocionantes melodías que les había enseñado Gregorio, su
padre espiritual y padre de la música religiosa". 4 El celestial canto de
los recién llegados fue decisivo para la conversión del pueblo, en poco tiempo.
Tal episodio, uno entre tantos en el proceso de
"gregorianización" de Europa Occidental, muestra que el Papa -cuyo
nombre dio origen a la denominación de este estilo musical- poseía una profunda
comprensión de cómo la música puede mover las almas con más eficacia de lo que
consiguen las simples palabras. Aquellos cantos eran la más sobrenaturalizada
de las músicas y, entretanto, fueron capaces de cautivar bárbaros y campesinos
completamente ignorantes en cosas espirituales y no habituados a refinados
sonidos.
Es lo que quedó registrado en la Historia: Gregorio I "compuso con
gran trabajo y destreza musical los cantos que son cantados en nuestra Iglesia
y por todas partes. Por este medio, él influenciaba más efectivamente los
corazones de los hombres, elevándolos y animándolos; y, en verdad, el sonido de
sus dulces melodías condujo no apenas hombres espirituales a la Iglesia, sino
hasta incluso los rudos e insensibles". 5
Un nuevo impulso a la unificación de la música sacra
Una tradición medieval relativa a San Gregorio también muestra describe la
multisecular creencia de que el canto gregoriano le fue divinamente inspirado y
explica el motivo de que él sea representado, muchas veces, con una paloma al
oído, y transcribiendo una música que le está siendo dictada.
"Fue mientras consideraba la fascinación ejercida por la música
profana que Gregorio fue llevado a preguntarse si él no podría, como David,
consagrar la música al servicio de Dios. Una noche, tuvo una visión en la cual
la Iglesia le aparecía bajo la forma de una musa, escribiendo sus melodías y
reuniendo a sus hijos bajo los pliegues de su manto. Sobre este manto estaba
escrito el arte de la música, con todas las formas de sus tonos, notas, neumas,
y varios compases y armonías. Él rezó para que Dios le diese el poder de
recopilar todo lo que había visto. Al despertar, una paloma apareció y le dictó
las composiciones musicales con las cuales él enriqueció la Iglesia". 6
San Gregorio usó este especial don artístico para proporcionar un
complemento decisivo al trabajo de otros que lo antecedieron en la música
litúrgica - notablemente San Ambrosio 7 -, dando una armonía final y unificada
al canto de la Iglesia en Roma, e impulsando su implementación universal en
toda la Europa Occidental, causa que sería llevada adelante por grandes hombres
después de él, en particular Carlomagno.
El asunto música siempre fue importante para la Iglesia. Toda la Edad Media
-así como el mundo antiguo antes de ella- fue marcada por un gran interés por
la comprensión de la influencia de ese arte sobre el alma. El canto gregoriano,
que alcanzó su auge alrededor del siglo XIII, representa el fruto de un largo
proceso de explicitación y de mejoramiento.
"Canticum novum" en la Iglesia
Desde los tiempos antiguos, el pueblo alababa la divinidad con cánticos. En
verdad, observa el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, el alma humana "busca
la música para expresar sus más altos anhelos, sus más altos deseos, sus más
altas expresiones". 8 Santa Hildegarda de Bingen reconoce esta
inclinación, afirmando que, en estado de perfección original, Adán en el
Paraíso, antes de la caída, cantaba en vez de hablar, y en su voz "había el
sonido de todas las armonías y suavidades de todo el arte musical". 9
Era natural que con el establecimiento del Cristianismo un nuevo cántico
viniese a caracterizar el culto litúrgico de la Iglesia. Los primeros
patrocinadores de la salmodia y de la himnología cristianas no miraban sino al
Hombre-Dios como el inspirador de este ‘canticum novum', pues, después de la
Última Cena, "el propio Señor, un profesor en las palabras y maestro en
los hechos, [...] salió del Monte de los Olivos con los discípulos, después de
cantar un himno". 10
Cuando se dio la firma del Edicto de Milán, por el Emperador Constantino, fue permitido que el culto público de los cristianos floreciese y los fieles encontraron en el canto una bella manera de expresar e inspirar el amor a Dios, la contrición, las súplicas, ayudando al alma a alabar al Creador.
Cuando se dio la firma del Edicto de Milán, por el Emperador Constantino, fue permitido que el culto público de los cristianos floreciese y los fieles encontraron en el canto una bella manera de expresar e inspirar el amor a Dios, la contrición, las súplicas, ayudando al alma a alabar al Creador.
Contribuciones de tres mundos antiguos -la teoría musical griega, la lengua
y las reglas de la métrica literaria romanas y los libros sagrados de los
judíos- se unieron para desarrollar un arte sacro enteramente nuevo, visando
ayudar a los textos sagrados a inspirar los corazones de aquellos que los oían.
Un enlace entre el mundo de los sentidos y del espíritu
Durante los primeros siglos del Cristianismo, los Padres de la Iglesia
vieron en la música y, sobre todo, en el canto, un enlace entre el mundo de los
sentidos y el del espíritu que podría ayudar al hombre en el proceso de
transcendencia espiritual. A ese respecto, las palabras de San Juan Crisóstomo
son significativas: "Nada despierta tanto el alma, dándole alas, dejándola
libre de la tierra, liberándola de la prisión del cuerpo, enseñándola a amar la
sabiduría y rechazar todas las cosas de esta vida, como la melodía concordante
y el cántico sacro". 11
Misteriosa era, sin embargo, la cuestión de cómo la palabra cantada obtenía
mayor entrada en el alma que la palabra hablada. San Agustín observa:
"siento que nuestro espíritu se mueve más religiosa y ardientemente a la
llama de la piedad con aquellas letras sacras, cuando así son cantadas, que si
no fuesen cantadas de este modo"; reflexionando más sobre este misterio,
no es capaz de explicarlo enteramente: "todos los afectos de nuestro
espíritu, cada uno según su diversidad, tienen en la voz y en el canto sus propias
medidas, no sabiendo yo cual es la oculta afinidad con esas melodías que los
despierta". 12 La perspectiva medieval de la música es también manifestada por Boecio:
"la música es de tal forma parte de nuestra naturaleza que nosotros no
podemos pasar sin ella, aunque queramos". 13 Para él, los oídos son vistos
como una vereda directa hacia el alma, la cual es altamente susceptible a las
influencias de la música. 14
Parte de la eficacia de la música en la conquista del acceso al alma fue
atribuida a su innata cualidad de agradar. Ella eleva la expresividad de las
palabras en el cántico, tornándolas de más fácil recordación al oyente. San
Nicetas llamaba la música sacra de "remedio, suficientemente poderoso en
la cura de las heridas del pecado, aunque dulce lo suficiente al paladar, por
su virtud. Por eso, cuando un salmo es cantado, es dulce al oído. Penetra en el
alma porque es agradable. Es fácilmente retenido, si es repetido con
frecuencia". 15
Es todavía San Agustín quien testimonia haber sentido, en sí, tales
beneficios, refiriéndose a la música de la Iglesia como una de las más
poderosas influencias para su conversión. Sus palabras una vez más subrayan
cómo el alma es iluminada por lo que captan los oídos: "¡Cuanto lloré
oyendo vuestros himnos, vuestros cánticos, los acentos suaves de las armonías
que resonaban en vuestra Iglesia! ¡Qué emoción me causaban! Fluían en mi oído,
destilando la verdad en mi corazón". 16
Antes de la difusión de los libros, cuando la fe literalmente venía a
través del oído (cf. Rm 10, 17), los cánticos eran también importantes
instrumentos didácticos de doctrina. San Atanasio, en el Oriente, por ejemplo,
y San Hilario de Poitiers, en el Occidente, fortalecieron a las poblaciones,
contra los males del arrianismo, escribiendo himnos los cuales refutaban sus
errores. De este modo, las verdades de la Fe eran fácil y afectuosamente
asimiladas, alcanzando un público mucho mayor que las palabras escritas,
porque, como resalta la historiadora Régine Pernoud, "en aquel tiempo, si
no todos aprendían a leer, todos aprendían a cantar". 17
Defensor del valor pedagógico del arte sacro, San Gregorio Magno así
escribió para disuadir las actividades iconoclastas de uno de sus obispos:
"Lo que la Escritura es para los letrados, las imágenes son para los
ignorantes; [...] ellas son para el pueblo su lectura". 18 Sin embargo, en
tierras donde apenas comenzaban a experimentar la Civilización Cristiana, el esplendor
de los vitrales y otras artes visuales tardarían en aparecer. Discernió él,
entonces, que estaban las melodías del canto gregoriano preparadas para fluir
sobre las almas de sus oyentes con toda su grandeza, ejerciendo el mismo tipo
de influencia educativa que las otras artes.
Los benedictinos y los oídos del corazón
Ya en los inicios de la Iglesia, entonces, el cántico siempre formó parte
del culto, en las más diversas ocasiones, donde quiera que los fieles se
reuniesen (cf. I Cor 14, 26). Entretanto, como la era de los mártires dio lugar
a la era de los monjes, el arte del canto litúrgico encontró el lugar ideal
para su cultivo: los monasterios. San Juan Casiano, el eremita de Egipto que
introdujo el ideal del monaquismo en la Galia, con el establecimiento de la
Abadía de San Víctor, en Marsella, enseñaba: "Nosotros, con frecuencia
cantamos los salmos, de manera que podemos continuamente crecer en
compunción". 19
El monaquismo que proliferó inicialmente en Europa Occidental imitó de
cerca el monaquismo del desierto, de Oriente. Sin embargo, encontró su propia
nota distintiva con la fundación de los benedictinos, en el Subiaco, en el
siglo VI, y, por esta razón, San Benedicto es aclamado Padre del monaquismo
occidental.
Ejerció él -de quien se puede decir haber aplicado el don romano del
derecho y del orden a las instituciones monásticas- la misma influencia
perfeccionadora sobre el canto sacro. El propio San Gregorio había sido monje
antes de ocupar el solio pontificio, y fue su afinidad personal con los
benedictinos lo que le dio un conocimiento completo de los modos del canto litúrgico,
los cuales sirvieron como materia-prima del canto gregoriano. Los sabios
benedictinos, a su vez, históricamente tomarían el liderazgo en su
interpretación, preservación y restauración.
Para los benedictinos, así como el trabajo era realizado en común, era
natural que su tarea primera, el "trabajo de Dios" -como San
Benedicto llama al Oficio Divino-, también debiese ser compartido en comunidad,
y era la clave de su espiritualidad y de su vida diaria. En su regla, San
Benedicto amonesta: "estemos siempre atentos a lo que dice el profeta:
‘Servid al Señor con temor'; y también: ‘Cantad sabiamente' y ‘En la presencia
de los ángeles, cantaré a Vosotros'. Por tanto, consideremos como debemos
comportarnos en la presencia de Dios y de sus ángeles y, de esta forma,
participemos del oficio de manera que la mente esté de acuerdo con la
voz". 20
Es curioso el hecho de que el canto sacro floreció y adquirió su forma más
perfecta en un ambiente donde, para favorecer la contemplación, los monjes
"deberían ser celosos en mantener siempre el silencio". 21 El canto,
que llenaba la mayoría de las horas de vigilia, evidentemente no rompía el
silencio interior de los monjes, sino que era consonante con él y, de hecho,
fruto de él.
"Ausculta, o fili [...] et inclina aurem cordis tui" 22 -
"Oye, hijo, e inclina los oídos de tu corazón" es la exhortación de
apertura de la regla benedictina. Silencio que abre los oídos del corazón para
la voz no pronunciada de la gracia y torna el alma más perceptiva para los significados
más profundos de las palabras. Comenta el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira que
los aspectos imponderables existentes en el sonido musical ayudan a revelar
este aspecto imponderable de la palabra y "ponen en foco una porción de
cosas que el sentido literal de la palabra no dice". 23
La palabra de Dios en música
Al alcanzar el siglo XII, los benedictinos, en su perfeccionamiento del
canto sacro, tuvieron grandes discernimientos sobre la "oculta
afinidad" entre palabra, música y alma, considerada por San Agustín, como
fue visto. Santa Hildegarda de Bingen veía la palabra y la música como una
representación mística de la unión de la naturaleza humana y divina, en la
Encarnación: "la palabra designa el cuerpo, pero la música manifiesta el
espíritu. Porque la armonía del paraíso proclama la divinidad del Hijo de Dios,
y la palabra hace conocer su humanidad". 24
San Bernardo muestra cómo los oídos corporales están relacionados a los
oídos del corazón, enseñando que debe el canto "agradar al oído a fin de
mover el corazón". 25 El Doctor Melífluo -él propio autor de gran número
de himnos en estilo gregoriano- afirma que los cánticos deben ser, por encima
de todo, resplandecientes con la verdad, de manera que la melodía "no debe
oscurecer el significado del texto, más propiamente, debe hacerlo
fructífero".26
En el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino combinaría sus habilidades
musicales - las cuales él desarrolló durante su formación juvenil con los
benedictinos de Monte Casino - con su extraordinaria capacidad dominica de
enseñar, para componer, ambas, las melodías y las palabras de algunos de los
más valiosos himnos eucarísticos de la Iglesia. Para él, "un himno es la
alabanza a Dios con cántico; un cántico es una exultación de la mente habitando
en las cosas eternas, irrumpiendo en la voz". 27 Su obra prima, Lauda Sion
Salvatorem, melódicamente encierra toda la doctrina de la Iglesia relativa a la
Eucaristía.
El canto gregoriano, entonces, consistiendo tan solamente de palabras con
una única línea melódica, "trae al ‘oído del corazón' muy cerca de la
palabra divina, con la finalidad de oírla directamente". 28
Pío XII elogia esta cualidad del canto gregoriano: "Por la íntima
adherencia de las melodías a las palabras del texto sagrado, ese canto no solo
se encuadra a este plenamente, sino que parece casi interpretarle la fuerza y
la eficacia, instilando dulzura en el alma de quien lo escucha; y eso por
medios musicales simples y fáciles, entretanto, impregnados de tan sublime y
santa arte, que en todos suscitan sentimientos de sincera admiración". 29
El componente musical del canto gregoriano posee ricos instrumentos de
expresión a fin de colocar el texto en alta relevancia, casi tornándose uno con
las palabras, como demuestra D. Dominic Johner: "La música gregoriana, sin
embargo, no es meramente una música de ornamento; ella no describe el texto
como una guirlanda ciñe una columna, sin conexión íntima con ella. El canto
puede también tornar el texto interpretativo, expresivo y explicativo. Con
frecuencia trae sus graduaciones hasta el punto exacto en que una
interpretación declamatoria del texto crece en calor y enfatiza aquella palabra
que marca su clímax. [...] Se tornará evidente que el canto une de modo
perfecto el texto y la melodía, y que hay una íntima relación, una unión de
espíritu, entre ellos". 30
Uno de los medios por los cuales el canto gregoriano revela el significado
textual es a través del uso del orden de las notas, ascensiones, descensos e
intervalos, cada uno de los cuales desempeña un determinado papel en la
interpretación del tema cantado. D. Johner además aclara que los intervalos
mayores y ascendentes denotan mayor envolvimiento de la sensibilidad que los
intervalos menores y descendentes. De este modo, una frase melódica compuesta
principalmente de segundas y terceras - padrón predominante en la mayoría de
los cantos- establece un ambiente de moderación y serenidad, con una gran
capacidad para la expresión de reverencia y tierna confianza. En contraste, un
intervalo de cuarta crea un impacto más fuerte; ascendiendo, es portentoso,
festivo. Para el intervalo de quinta está reservada la expresión de las más
profundas experiencias del espíritu, sea tristeza, serena felicidad o fe
profunda y admiración. 31
En momentos fugaces, la línea melódica del canto parece hasta incluso
interrumpir la dimensión verbal y levantar vuelo en puro ‘jubilus', una
expresión musical de una alegría más allá de las palabras, que típicamente ornamenta
una palabra como Aleluya. Esta forma de vocalización libre es, en la pluma de
San Agustín, "la voz del corazón irrumpiendo en alegría, y buscando
también expresar sentimientos cuyo significado tal vez ni comprenda. [...]
¿Cuándo somos jubilosos? Cuando glorificamos algo que no puede ser
expresado". 32
Expresión de lo sobrenatural: tónico de las almas
Para San Gregorio Magno, el canto sacro puede de hecho preparar el corazón
para la acción de Dios: "A través de la voz de la salmodia, cuando es
entonada con la fuerza del corazón, un camino está preparado para el Señor
omnipotente, de modo que Él pueda derramar en la mente atenta los misterios de
la profecía o la gracia de la compunción. [...] Cuando le cantamos, abrimos un
sendero para que Él pueda venir a nuestra alma e inflamarnos, por la gracia de
su amor". 33 El primer monje Papa también comprendió que ciertos sonidos
musicales pueden favorecer este encuentro, en una naturaleza humana tan
inclinada a atenerse a los aspectos temporales y materiales de la existencia.
Por ejemplo, una pieza musical convencional termina en la nota tónica,
dando un sentido de conclusión. La melodía del canto gregoriano, en contraste,
casi siempre no hace esta resolución final en la última nota, evocando un
sentido del infinito, de eternidad. Además, por la extrema ligereza de su
movimiento, el canto gregoriano es interpretado de la manera la más espiritual
posible, aunque permanezca dentro del dominio de los sentidos, pues, como
comenta D. Mocquereau, él "toma prestado lo mínimo posible del mundo
material y se mueve, invisiblemente; él avanza, sin embargo,
imponderablemente". 34
Estas sugerencias de inmaterialidad y eternidad resuenan en el canto
gregoriano, y, cuando es asimilado a lo largo del tiempo por el alma, pueden ayudar
en la formación de un estado de espíritu correspondiente y saludable. Para el
Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, oír canto gregoriano "recuerda el aspecto
penitencial, advierte contra el vacío de las cosas terrenales, contra el
mentiroso de los impulsos excesivos del propio hombre. Así es el gregoriano. De
las alegrías exultantes del Te Deum a los recogimientos solemnes del Tantum
ergo, es la música que tiene esa cualidad incomparable de expresar la actitud
perfecta, el exacto grado de luz del alma recta y verdaderamente inocente
cuando se coloca delante de Dios". 35
Después de haber hecho al lector pasear por los panoramas del canto
gregoriano, el cual coloca al alma en la dimensión de lo sagrado tan distinto
del mundo en que vivimos, al terminar queremos dejarle un consejo: "Busque
tener su temperamento en el estado del espíritu del canto gregoriano, y habrá
encontrado una vía segura para su santificación". 36
Por la Hna. Kyla Mary Anne MacDonald, EP
1 BEATO JUAN PABLO II. Lettera agli artisti, 04/04/1999, n.7.
2 CORRÊA DE
OLIVEIRA, Plinio. Cântico da alma inocente. In: Dr. Plinio. São Paulo. Ano V.
N.57 (Dez., 2002); p.34.
3 SAN BEDA. Historiam Ecclesiasticam Gentis Anglorum.
L.II, c.1. In: Opera Historica. London: Oxford University, 1896, p.80.
4 CONDE
DE MONTALEMBERT. Les moines d'Occident depuis saint Benoît jusq'à Saint
Bernard. Paris: J. Lecoffre, 1866, v.III, p.363.
5 LEÓN IV. Letter to the Abbot
Honoratus. Collectio Britannica, apud BÄUMER, OSB, Suitbert. Histoire du
Bréviare.Paris: Letouzey et ané, 1905, t.I, p.345, nota.
6 DONAHOE, Daniel Joseph. Early Christian Hymns: Translations of the Verses
of the most notable Latin writers of the Early and Middle Ages. New York:
Grafton, 1908, p.88.
7 Se atribuye a San Ambrosio la primera sistematización de la música de la
Iglesia. La tradición también atribuye la adición de los otros cuatro modos a
San Gregorio, y en estos ocho modos o escalas fue compuesta toda la música
gregoriana de la Iglesia (Cf. TERRY, Richard R. Catholic Church Music. London:
Greening, 1907, p.54).
8 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Palestra. São Paulo, 13 jun. 1982.
9 SANTA HILDEGARDA DE BINGEN. Epistolarum Liber. Ep. XLVII: ML 197, 220.
10 SAN NICETAS DE REMESIANA. Opusculum de psalmodiae bono. Op.II, c.3: ML
68, 373.
11 SAN JUAN CRISÓSTOMO. Expositio in Psalmos. In Psalmum XLI, n.1: MG 55,
156.
12 SAN AGUSTÍN. Confessionum. L.X, c.33, n.49: ML 32, 799-800.
13 BOÉCIO. De Musica. L.I, c.1: ML 63, 1171.
14 Cf. Idem, 1169.
15 SAN NICETAS DE REMESIANA, op.cit., c.1, 372.
16 SAN AGUSTÍN, op.cit., L.9, c.6, n.14, 769.
17 PERNOUD, Régine. Pour en finir avec le Moyen Age. Paris: De Seuil, 1977,
p.54.
18 SAN GREGORIO I. Registri Epistolarum. L.XI, Epist.XIII: ML 77, 1128.
__________
19 SAN JUAN CASIANO. Collationum. Coll.I, c.17: ML 49, 507
20
SAN BENITO. Regula. C.XIX: ML 66, 475-476.
21 Idem, c.XLII, 669.
22 Idem,
Prol., 215.
23 CORRÊA DE OLIVEIRA, Palestra, op.cit.
24 SANTA HILDEGARDA DE
BINGEN. Scivias sive Visionum ac Revationum. L.III, v.13: ML 197, 735-736.
25
SAN BERNARDO DE CLARAVAL. Epistolæ. Ep.CCCXCVIII, n.2: ML 182, 610.
26 Idem,
611.
27 SANTO TOMÁS DE AQUINO. In Psalmos Davidis expositio. Proemium.
28
HERBERT, Rembert. Entrances: Gregorian chant in Daily Life. New York: Church,
1999, p.11.
29 PIO XII. Musicæ sacræ, 25/12/1955, n.3.
30 JOHNER, OSB, Dominic.
The Chants of the Vatican Gradual. Collegeville (MS): St. John's Abbey, 1940,
p.10.
31 Cf. JOHNER, OSB, Dominic. A New School of Gregorian Chant. New York,
Cincinnati: F. Pustet, 1925, p.252; 256; 294.
32 SAN AGUSTIN. Enarrationes in
Psalmos. In Psalmo XCIX, n.4-5: ML 36, 1272.
33 SAN GREGORIO I. Homiliæ in
Hiezechihelem Prophetam. L.I, hom.1, n.15: ML 76, 793.
34 MOCQUEREAU, OSB,
André. Le Nombre Musical Grégorien. Tournai: Desclée, 1932, v.I, p.112.
35
CORRÊA DE OLIVEIRA, Cântico da alma inocente, op. cit., p.3435.
36 CORRÊA DE
OLIVEIRA, Plinio. Dístico. In: Liber Cantualis: Hymni et cantica sacra. São
Paulo: Artpress, 1989, s.p.
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