LA PRUDENCIA: es una virtud que nos hace discernir qué
nosotros debemos hacer y qué nosotros debemos evitar para ir a Dios y buscar su
gloria. A través de ésta virtud nosotros distinguimos lo verdadero de lo falso,
el bien del mal, lo mejor de lo peor. Ella debe tener el timón de nuestras
vidas, pues ella debe dirigir nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestras
palabras y nuestras acciones, según el fin, el orden y la medida que les
conviene.
Todas las virtudes tienen su importancia, pero hay
especialmente una sin la cual, no alcanzaremos las otras: se trata justamente
de la virtud cardinal de la prudencia. Como nos explica Santo Tomás de Aquino,
ella es el "auriga virtutum"[1], la guía de las demás virtudes, pues
es la que se encarga de decirnos a cada momento y en cada caso particular, lo
que debemos hacer, o lo que debemos omitir para alcanzar la vida eterna, como
también fue dicho arriba. La importancia de esta virtud nos es manifestada en
varios pasajes de las Sagradas Escrituras. El propio Nuestro Señor nos advirtió
para que seamos "prudentes como las serpientes e inocentes como las
palomas" (Mt. 10, 16).
A lo largo de su vida, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira
repitió reiteradamente un pensamiento que siempre fue una constante en su
espíritu: dice él que las virtudes son hermanas indisociables, que no se puede
vivir acariciando a unas y abofeteando otras. Por causa de esta interrelación
de las virtudes entre sí, sobre todo en el caso de la prudencia, insistimos en
el hecho que: quien posee esta virtud, ciertamente tendrá los medios para
practicar también otras; y quien no la posee, cierto es que tampoco poseerá las
otras. Así constatamos una de las importancias de esta bella virtud. Veamos la
opinión de Aristóteles respecto a la imbricación de la prudencia con las demás
virtudes: "Es ya el pensamiento de Aristóteles, quien precisaba, con su
técnica filosófica la más elaborada: ellas (las virtudes) son solidarias en la
prudencia, pues ninguna virtud está completa si ella no se junta a la
prudencia, y ésta no es verdaderamente ellas misma si ella no se acompaña de
todas las otras virtudes". [2]
Por ejemplo, un mártir que esté dispuesto a perder su
vida haciendo profesión exterior de fe, y que es muerto por odio a la fe, hace,
en suma, un bellísimo acto de prudencia. [3]
Con efecto, ¿qué actitud tomó el mártir? Enfrentó todos
los riesgos para no perder su fe y así no ofender a Dios; discernió lo que él
debía evitar: renegar la fe. De hecho, ¿cuánta gloria no da a Dios un alma que
a Él se ofrece como ofrenda, venciendo su instinto de conservación y de
sociabilidad para no ofenderlo? En este conjunto de actos del mártir engloba
varias virtudes tales como la fortaleza, la constancia, etc... Y todas ellas
son unidas en la prudencia que rigió el proceder del mártir, haciéndolo
discernir lo que en la ocasión debería ser hecho, para alcanzar la gloria de
Dios.