sábado, 15 de marzo de 2014

El don de sabiduría en vivo

 

Líneas maestras de la tesis de Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP
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Es más fácil vivir los dones del Espíritu Santo que explicarlos científicamente, afirmó un eminente teólogo. Monseñor João superó esa dificultad, dando un enfoque inédito a su tesis de doctorado en Teología.
En su tesis El don de sabiduría en la mente, vida y obra de Plinio Corrêa de Oliveira, Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, ha querido abordar el tema de una manera original, al presentar más que consideraciones abstractas sobre el don de sabiduría, la fuerza que adquiere en quien lo vive intensamente. Por eso, la tesis está dedicada a analizar la acción del Espíritu Santo en uno de los líderes católicos más grandes de la Historia reciente: Plinio Corrêa de Oliveira, “personaje importante para la historia de la Iglesia de Brasil”, según fray Marcelo Neves, miembro del tribunal examinador.

La tesis está dedicada a analizar la acción del Espíritu Santo en uno de los líderes católicos más grandes de la Historia reciente: Plinio Corrêa de Oliveira 
Manteniéndose siempre en un plano objetivo — como lo afirman los miembros del tribunal—, Mons. João da su testimonio personal sobre el don de sabiduría en Plinio Corrêa de Oliveira, que una convivencia de 40 años le proporcionó observar detenidamente.
“Nadie, como monseñor Juan, su hijo, su discípulo, podía explicar con tanto acierto este secreto de la vida y de la obra del Dr. Plinio Corrêa de Oliveira” — manifiesta el P. Alberto Ramírez, otro de los examinadores.
El P. Carlos Arboleda destacó otro punto: “Trata de mostrarse [en la tesis] que la historia de la salvación no se da separada de la historia humana, que la experiencia de Fe no se da fuera de una existencia que la interpreta y la actúa”. De hecho, para que tenga una eficacia mayor, la enseñanza de la teología debería conducir a ejemplos vivos, a fin de que se hicieran más palpables las verdades expuestas.
Necesidad de vivir la Fe
Mons. João S. Clá expone y escribe con equilibrio y amor, y “hace el papel de teólogo y no de simple cronista”, conforme observa fray Marcelo Neves.
En efecto, a pesar de que la tesis presentada tiene un fuerte carácter biográfico, se mantiene en un nivel de auténtica teología. Para componer una obra teológica atrayente y exitosa, que no enseñe solamente, sino que conduzca hacia la virtud, es necesario que el autor viva las verdades estudiadas. O se vive la Fe o, como enseña el apóstol Santiago, está muerta (cf. St 2 14-26).
Este importante aspecto del estudio teológico fue señalado, con otras palabras, por el Papa Benedicto XVI en un discurso a los miembros de la Comisión Teológica Internacional: “desde el punto de vista de quien hace teología, la virtud fundamental del teólogo es buscar la obediencia a la Fe, la humildad de la Fe que abre nuestros ojos: la humildad que convierte al teólogo en colaborador de la verdad. De este modo no se dedicará a hablar de sí mismo; al contrario, interiormente purificado por la obediencia a la verdad, llegará a hacer que la Verdad misma, el Señor, pueda hablar a través del teólogo y de la teología” (Benedicto XVI, Discurso, 5/12/2008.).
La fuerza del testimonio de San Antón: “¡Yo lo vi!”
Al presentar su defensa, abordando ya el tema propiamente, monseñor hace hincapié en demostrar la eficacia del testimonio, superior a la de los meros argumentos teológicos. Aduce, a este respecto, el valor que tuvo para los fieles de Alejandría el ejemplo de San Antón Abad, proclamando la divinidad de Cristo, en la lucha contra los arrianos: “San Antón —afirmó en la presentación de su tesis— había visto místicamente la divinidad de Nuestro Señor. Era él un testimonio vivo de esa verdad de Fe.
San Atanasio, entonces, mandó a buscar a San Antón y, la misma noche en que éste llegó a la ciudad de Alejandría, innumerables cristianos y herejes se reunieron en la basílica para verlo. El nonagenario eremita, que ya sólo con su presencia imponía respeto, se sentó cerca del altar. En seguida, el obispo subió al púlpito y proclamó la divinidad de Nuestro Señor. Súbitamente, una voz salida de en medio de la multitud protestó.
San Antón se quedó espantado con aquella indecorosa interrupción y pidió que le tradujesen las palabras que había oído, pues no comprendía el griego. ‘El Señor’ —le tradujeron— ‘tan sólo era un hombre, creado por Dios y sujeto a la muerte y a la transición’. San Antón se irguió y exclamó: ‘Yo lo vi’.
Un estremecimiento recorrió las naves de la Iglesia: ‘¡Él lo vio! ¡Él vio la divinidad del Señor!’, decían los fieles de rodillas. La imponente voz de ese hombre, para quien la verdad sobrenatural de la naturaleza divina de Cristo casi se había convertido en evidencia en virtud de una visión milagrosa, más que toda la bella y lógica doctrina expuesta en el Concilio, fue el mayor golpe que recibió la herejía.
He aquí un ejemplo del valor y de la contribución de un testimonio vivo”.
El origen de la tesis, el testimonio de su autor: “¡Yo lo vi!”
Mons. João Scongnamiglio Clá Dias, EP, convivió muy de cerca, a lo largo de cuarenta años, con el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira 
Después de tal introducción, Mons. João Clá continúa: “Ahora bien, mutatis mutandis , se debe decir que esta tesis nació también de un testimonio de su autor”. Recordando con profunda emoción el día 15 de marzo de 2005, en que antes de ser ordenado diácono, pronunció su profesión de Fe en el Altar de la Cátedra en la Basílica de San Pedro, dejó consignado en el primer capítulo de la tesis: “Pues bien, mientras la pluma se desliza sobre el papel para redactar estas líneas, nuevamente se encuentra la mano izquierda del autor sobre las Escrituras Sagradas y le brota del fondo del alma esta declaración, con el mismo espíritu, seriedad y conciencia del juramento anterior”.
Y el autor asevera que todas las transcripciones de las palabras del Dr. Plinio “corresponden a la realidad de sus expresiones durante ese período”, pues fueron extraídas directamente “del archivo de sus conferencias, comentarios y conversaciones, además de sus escritos. Si hubiese alguna exageración en mis apreciaciones sobre él, sería por estar más debajo de sus debidos límites”.
A continuación Mons. João pondera que se trata de una verdadera felicidad haber conocido ese tesoro de exposiciones orales y escritas que se insieren en las explicaciones doctrinales elaboradas por la Santa Iglesia, con base en la Revelación, a lo largo de los siglos. No obstante, subraya que habiendo convivido “a lo largo de cuarenta años y muy de cerca, con Plinio Corrêa de Oliveira”, también fue objeto de otra felicidad, y “muy digna de mención”: haber podido comprobar la “riqueza, esplendor y grandeza” de esas doctrinas “de forma viva”, o sea, “produciendo sus efectos en el alma de un varón”.
Así, esta tesis se configuró no como un simple discurso de la razón, sino sobre todo como un testimonio que salió de lo más hondo del corazón para declarar la importancia del ejemplo vivo. Sí, porque las verdades sobrenaturales a respecto de la gracia y de la acción del Espíritu Santo en las almas, más concretamente el don de sabiduría, se hace casi una evidencia para el autor en la convivencia con el Dr. Plinio, el cual fue su formador, líder, modelo y guía, su padre y fundador. “¡Yo lo vi!”, puede exclamar sin reparos.
El Reino de Dios
La tesis empieza con una exposición teórica sobre la gracia y los dones del Espíritu Santo, hecha a partir de este episodio del Evangelio de San Lucas: “Los fariseos le preguntaron cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: Está aquí o Está allí. Porque el Reino de Dios está entre vosotros” (Lc 17, 20-21).
En este diálogo tan sencillo están implícitas dos concepciones opuestas del Reino de Dios: la de los fariseos, mundana, y la de Jesús, toda ella espiritual. Son en realidad, dos formas de sabiduría las que están presentes aquí: la del mundo y la del Espíritu Santo.
Inocencia, la puerta de la sabiduría
Desde su más tierna infancia,
se constataban en el joven Plinio
 los efectos de la sabiduría.
En la foto a la edad de cuatro años
Tras la presentación de los antecedentes doctrinarios sobre el modo como la gracia actúa y de los dones del Espíritu Santo en las almas, así como de los efectos especulativos y prácticos del don de sabiduría, el autor pasa a los datos biográficos, confrontando los principales episodios de la vida de Plinio Corrêa de Oliveira con la doctrina teológica sobre el don de sabiduría y la mística.
De esta manera, la narración deja traslucir, como en un compendio, los efectos del don de sabiduría en el alma del Dr. Plinio. Contrariamente a lo que le ocurrió a muchos místicos, que sólo alcanzaron la plenitud de esos efectos tras un largo recorrido de ascensión espiritual, en el Dr. Plinio la sabiduría se manifiesta ya desde la más remota infancia, pudiéndose afirmar que para él la puerta de la sabiduría fue la inocencia.
Algunos efectos contemplativos de la sabiduría son patentes especialmente en su visualización de la Historia, en la que el Dr. Plinio sabía discernir con gran acuidad los “pasos de Dios”. Para él, el centro de la Historia era Nuestro Señor Jesucristo y su Esposa Mística, la Santa Iglesia, y de la lucha entre el bien y el mal derivaba el verdadero rumbo de los acontecimientos. De este principio básico dedujo la doctrina expuesta en su ensayo Revolución y Contra-Revolución . Otro efecto contemplativo de la sabiduría era su escuela de pensamiento, en la cual presentaba una concepción del universo bajo dos aspectos, como si fuesen dos alas del espíritu: el doctrinario y el simbólico. Conforme le gustaba al Dr. Plinio recordar, las perfecciones divinas se reflejan en el universo constituyendo un espléndido mosaico, que el alma bien formada debe saber interpretar y del cual debe servirse como medio de elevarse hasta el Creador.
El “flash”, una moción de la gracia sobre el don de sabiduría
Uno de los fundamentos más importantes de la espiritualidad del Dr. Plinio eran ciertas mociones de la gracia que actúan sobre el don de sabiduría, a las que llamaba “flash”, por asemejarse a una luz que ilumina repentinamente el entendimiento e inflama la voluntad, produciendo un deleite espiritual intenso, un robustecimiento del amor, intensificada apetencia por las cosas sobrenaturales y, en consecuencia, una mayor generosidad en la práctica de la virtud.
Según la opinión del Dr. Plinio, esas gracias místicas son franqueadas a todos los fieles, con más frecuencia de lo que se cree. Sin embargo, una formación excesivamente racionalista lleva a muchas personas a no darle importancia a las mociones del Espíritu, y la secularización de las mentalidades induce a prestar atención sólo a los valores materiales y al gozo desenfrenado de la vida.
Caridad ardiente, discernimiento de los espíritus y profetismo
Algunos efectos prácticos de la sabiduría se manifestaron en el Dr. Plinio en los frutos de su ardiente caridad.
El celo por la gloria de Dios era como el motor que lo impulsaba constantemente a entregarse sin descanso a las obras de apostolado, a la formación espiritual de sus seguidores y a hacer esfuerzos incesantes por su perseverancia en la vocación.
Ese celo por la salvación de las almas le llevó a ofrecerse como víctima a Dios, en 1975, con el objetivo de obtener gracias superabundantes para el florecimiento del movimiento laical fundado por él. Los padecimientos resultantes de un violento accidente de automóvil ocurrido tres días después, cuyas secuelas le impidieron andar hasta el final de su vida, fueron el precio de sangre pagado con alegría y entera generosidad.
El carisma de discernimiento de los espíritus, que hacía de él un inigualable director de almas, así como el don de profetismo, eran otros tantos efectos prácticos de la sabiduría que se manifestaban en él. Su carisma de profetismo quedó consignado en conferencias públicas, en innumerables artículos publicados en O Legionario , entonces órgano oficioso de la Arquidiócesis de São Paulo, y en otros periódicos de gran circulación en Brasil, como la Folha de São Paulo, además de en sus reuniones de formación diarias.
Bienaventurados los pacíficos
Al don de sabiduría corresponde, según el Doctor Angélico y la opinión común de los teólogos, la séptima bienaventuranza: “Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9). La paz es la tranquilidad del orden, como enseña San Agustín. Por eso, el sabio procura establecer el orden primero en su interior y después a su alrededor, creando así las condiciones para que reine la verdadera paz. Fue ése el ideal de toda la existencia del Dr. Plinio: la restauración del orden, según la Ley de Dios, en la sociedad temporal. De ahí deriva, también, una gran perplejidad: no ver la realización de sus más ardientes anhelos, o sea, la efectivación de la promesa hecha por Nuestra Señora en Fátima: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.
Lo que equivaldría a la instauración del reinado espiritual de Cristo en la Tierra.
Amor a la Cruz y configuración con Cristo
El sabio busca establecer primero el orden en su interior y después en torno de sí.

Quien abre su alma a la sabiduría abraza el dolor, decía el Dr. Plinio. Pues es por medio del sufrimiento que el cristiano se asemeja más a Jesucristo, y esa semejanza es el principal y más excelso efecto del don de sabiduría.
Para la mentalidad hedonista del hombre moderno, es difícil comprender esta verdad y aceptar con resignación el dolor. Eso llevaba al Dr. Plinio a resaltar, a los ojos de sus seguidores, la importancia de la Cruz en el proceso de santificación: “No debemos huir del dolor, como de un fantasma, sino entrar en la serie de las ojivas del sufrimiento a lo largo de la vida. Ellas nos conducen al magnífico vitral de la muerte, que se abre… y entonces vemos el Cielo”. Esta disposición de espíritu le llevó a decir, al final de su vida: “Moriría decepcionado si tuviese idea que habría huido de una gota de dolor”.
Esta determinación ante las adversidades se manifestó, sobre todo, en la resignación cristiana con la que enfrentó su última enfermedad. Aunque había presentido con algunos meses de antecedencia su fin próximo, y lo declarase a algunos de sus colaboradores, no alteró la rutina de sus intensas actividades, no acusó los síntomas de la enfermedad que le minaba las fuerzas, y avanzó con confianza en la Providencia rumbo al “magnífico vitral de la muerte”, seguro de ver el Cielo después de traspasarlo.
Todos los padecimientos físicos y las probaciones interiores de sus últimos días fueron soportados con una serenidad, mansedumbre y dignidad que impresionaron vivamente a todos los que le asistían en el hospital hasta el momento extremo de su marcha hacia la eternidad. Poco después de exhalar el último suspiro, su fisonomía, hasta entonces marcada por el dolor, se iluminó con una discreta sonrisa, haciéndole translucir una notable expresión de paz, confirmando la autenticidad de lo que él mismo había enseñado y practicado: “Es propio del holocausto ser hecho con tanta buena voluntad que, en la hora del consummatum est , florece una sonrisa”.
Estaba consumada su completa configuración con Nuestro Señor Jesucristo, el más sublime efecto del don de sabiduría.

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