lunes, 26 de mayo de 2014

La envidia al pavo real y la contemplación del orden del universo

- Eso sí fue demasiada 'pérdida de tiempo', la de Dios; tanto detalle, tanta ostentación, demasiado lujo. Realmente no sabemos en qué estaba pensando Dios cuando hizo al Pavo Real.
No creemos que ningún cristiano se haya atrevido a formular tan agresiva expresión, pero sí sospechamos que en algunos subyace incubada, en esos meandros mezquinos del alma que en todos existen. Pues bien de ella nos debemos prevenir, y si es del caso "exorcizar".

Realmente en el Pavo Real -ese que es verdaderamente muy poco "práctico", bien "ostentoso", bastante "lujoso"- Dios quiso emplear sus mejores ‘dotes'.
El azul de su cuello, ¿con qué lo podremos comparar? Ya desgastada está la similitud con la seda. Pero sí, a falta de mayores recursos de nuestra cultura e imaginación, digamos que es su cuello de un azul brillante y sedoso, sublimado por delicada testa coronada, enmascarada a su turno en singular antifaz. La brillante seda arropó su cuello; el nítido antifaz ocultó elegantemente la mirada, el delicado penacho irguió aún más su cabeza coronada.
Entretanto la anterior descripción no es sino un mero prolegómeno al conjunto de su belleza.

Sigue su sublime y larga cola, introducida ésta por plumas en tupido ramillete, a las que se suceden largos filamentos sembrados de las características ‘plumas-ojos' del pavo real. Desplegado ese abanico, qué maravilla, el pavo real alcanza realmente su perfección, cumple su vocación.
Pero no siempre él despliega esa su ‘iluminura' emplumada, sino que comúnmente Dios permite que la oculte para no encandilarnos en demasía con su fulgor. Es entonces cuando él recoge su larga cola, para suscitar la pena de nuestra sensibilidad, que querría exclamar: "¿Cómo osas arrastrar tu maravilloso tapete de seda por el miserable y sucio suelo? Oh sublime pavo real, ¡Ten compasión de tu grandeza!"
Tú, pavo sublime, no olvides tu grandeza, pero sobre todo tú, a veces mezquino y envidioso hombre, no dejes de contemplar esa grandeza. Ella es un mero reflejo de Dios, y si sientes ‘comezón' de un simple reflejo, ¿qué ocurrirá cuando te depares con la Sabiduría Eterna, aquella que es la Grandeza de todas las grandezas?
Sí es cierto, ¿quieres siquiera acercarte a la grandeza, a la sublimidad de Dios? No tienes más que levantar tus ojos del mísero suelo de tus intereses propios, para contemplar la magnificencia del universo.
Ese que universo que es gigantesco, y necesariamente variado y maravilloso desde el momento en que Dios quiso embarcarse en la 'aventura' de la creación, pues ya "que la bondad divina es infinita, no podría quedar convenientemente expresada o manifestada por una sola criatura o por una sola especie determinada de ellas, sino que, por el contrario es preciso que existan muchas y muy variadas cosas para expresar mejor ese cúmulo inmenso de perfección. Y concretamente, lo que mejor expresa ese 'piélago infinito' es el orden del universo, que consta de muchos y muy diversos seres, pero ordenados y armonizados entre sí". 1
Por Ricardo Castro
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1 García López, Jesús. Metafísica tomista. EUNSA. 2da Edición. Barañáin - España. p. 626



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